dissabte, 10 de març del 2012

Mario Satz - El oído perfecto y el yo imperfecto


Natán de Kuopio, cuya familia procedía de Leningrado, fue entomólogo antes de dedicarse a escrutar los secretos y bellezas de la Torá. Llegó a conocer los lagos de su país natal con tal precisión que los lugareños le preguntaban por la evolución del clima al regreso de sus excursiones, a sabiendas que, en el espejo de las aguas y antes que nadie, Natán había visto asomarse las tormentas y despuntar los jóvenes reflejos de la primavera. El largo hábito de la atención a ras del suelo y la solitaria costumbre del silencio le habían afinado tanto los oídos que Natán de Kuopio distinguía, en la abeja colérica que pasaba junto a él, el do sostenido de la octava media. De las moscas de agua que merodeaban, en verano, los lagos, junto a los bosques de pinos, decían que emitían un fa sordo. Incluso llegó a descubrir, en el vuelo de los mosquitos que acababan de comer, que cuando más alta era la nota que producían más cálido iba a ser el día. Sabía que las crías de la oropéndola protestaban por falta de comida a treinta metros de sus nidos; conocía las semejanzas y diferencias entre el bordoneo del abejorro negro y las notas graves del contrabajo. Si acaso, en la orilla del lago, un martín pescador se zambullía para pescar, sin necesidad de verlo Natán de Kuopio sabía si su empresa había tenido éxito o no. Su audición era tan notable que, como a los monjes orientales, le crecieron los lóbulos de las orejas hasta tal punto que, ya rabí, sus discípulos hablaban de él como Oznei Sheket, Oídos del Silencio. Pese a tan prodigiosa capacidad auditiva, enfrascado en el estudio o disuelto en la vaguedad de su meditación, Natán de Kuopio casi nunca oía cuando lo llamaban. Ya se tratase de su esposa o de alguno de sus hijos, requiriese su atención un discípulo u otro maestro, tardaba en responder. Y, si acaso lo hacía, parecía tan despistado que había que repetirle la pregunta. -Su capacidad de abstracción llegó a ser más grande que su capacidad de atención-dijo su discípulo más cercano cuando Natán murió. -No lo creo-acotó Rabí Adam de Vaasa-. En él, simplemente, se cumplió el dicho atribuido a Rabí Meir Hamishpat de Girona: ´´Quien oye las delicias y maravillas del mundo es sordo a su propio nombre.´´ Así como, en el período talmúdico, era proverbial la existencia de los saguí nahor, ´´ciegos de demasiada luz´´, a los grandes escuchas de la sabiduría de la Torá suele llamárselos oznei sheket , ´´oidores o escuchadores del silencio´´. A causa de la equivalencia numérica entre silencio, sheket ( 800 ) y raíz, shoresh ( 800 ), se dice que sólo aquél que calla en la superficie comprende en la profundidad.