La palabra “normal” viene del griego “norma”, que era la escuadra del carpintero, ese herramienta en ángulos rectos para establecer la rectitud (straightness)
Todo prejuicio patológico bloquea la posibilidad de instrucción metafísica; una vez que las experiencias han sido etiquetadas y declaradas anormales, ya no podemos aprender de ellas o dejar que nos lleven más allá de la realidad inmediata.
El único modo en que nosotros los humanos podemos dejar de ser tan humano-céntricos es permanecer vinculado a algo distinto de los humanos.
El Yo moderno. La ecuación psique = mente, y mente = cabeza podría continuarse con el paso siguiente: cabeza = Yo, en el sentido moderno de órgano que controla y ordena. (...) Y este lenguaje refleja dicho contexto, una psique identificada con la cabeza y privada del eros, un "imperio" del duro, fuerte y materializado Yo. Todos nosotros aceptamos esta estructura colectiva tan irreflexivamente, tan irrevocablemente, que cada uno de nosotros cree que se trata de su propio, único y personal Yo.
Duelo significa perder lo que fue. Queremos cambiar pero no queremos perder. Sin tiempo para el duelo, no tenemos tiempo para el alma.
El concepto de que hay otras fuerzas en acción ofrece un modo más reverencial de vivir.
Así como las verdades son las ficciones de lo racional, las ficciones son las verdades de lo imaginal.
Para la conciencia mítica, las personas de la imaginación son reales.
Las aptitudes pueden mostrar la vocación, pero no son el único indicador. La ineptitud o las disfunciones, curiosamente, pueden revelar la vocación más aún que los talentos.
La conciencia psicológica surge de los errores, las coincidencias, la indefinición, del caos, más profundo que el control inteligente.
El alma ingresa sólo vía síntomas, vía fenómenos marginados como la imaginación de los artistas o la alquimia o los “primitivos” y, por supuesto, disfrazada como psicopatología. Eso es lo que quería decir Jung cuando afirmó que los Dioses se han vuelto enfermedades: el único camino de regreso para ellos, en un mundo cristiano, es vía lo marginado.
Tenemos que reconsiderar nuestra vida, prestando atención a algunos de los accidentes y curiosidades y rarezas y problemas y enfermedades, y comenzar a ver más en estas cosas. Eso plantea preguntas, de modo que cuando ocurren pequeños accidentes peculiares uno se pregunta si hay algo más operando en su vida.
Aunque sea difícil de creer, las hipocondrías nos cuidan, las depresiones nos hacen aminorar la marcha, las obsesiones son modos de limpiar la imagen, las sospechas paranoicas son modos de intentar ver a través -todos estos movimientos de lo patológico son modos en que somos amados, con ese peculiar modo en que opera la psique.
Lo que nos ocurre, más allá de naturaleza y de cultura, más allá de nuestro condicionamiento genético o social, puede ser la llamada del daimon, el compañero del alma, convocándonos a nuestro propio carácter y nuestro propio destino.
Las circunstancias, incluidos mi cuerpo y mis padres, a quienes puedo maldecir, son la elección de mi propia alma y no entiendo esto porque he olvidado.
Mediante las personificaciones mi sentido de persona deviene más vivo, pues llevo conmigo en todo momento la protección de mis daimones: las imágenes de los muertos que me importaban, de las figuras ancestrales mi bagaje, personajes históricos o culturales de renombre y gente de fábulas que proveen imágenes ejemplares - un caudal de guardianes. Guardan mi destino, lo guían, probablemente lo son. “Acaso -quién sabe-” escribe Jung, “estas imágenes eternas son lo que los hombres llaman destino”. Necesitamos esta ayuda, pues ¿quién puede llevar su destino solo?
El eros no desea el bienestar ni la salud de la otra persona; desea a la otra persona. Lo que cura es la necesidad que tenemos uno de otro -incluyendo aquellos componentes que son mutuamente destructivos-, y no tu necesidad de ser curado, que lo único que hace es apelar a mi compasión. La terapia es el amor mismo, en su totalidad, y no una parte determinada de él.
Si aún estás herido por algo que te ocurrió a los doce años, es el pensamiento lo que ahora te hiere.
No un diamante sino una esponja, no una llama privada sino una fluida participación. Una maraña compleja de filamentos cuyos enredos son también "tuyos" y "suyos". La naturaleza colectiva de las profundidades del alma significa simplemente que ningún hombre es una isla.
Mi práctica me dice que ya no puedo distinguir claramente entre neurosis de uno mismo y neurosis del mundo, psicopatología de uno y psicopatología del mundo. Además, me dice que ubicar la neurosis y la psicopatología solamente en la realidad personal es una represión engañosa de lo que de hecho, realistamente, se está experimentando.
El psicoanálisis tiene que salir de la consulta y analizar todo tipo de cosas. Tienes que ver que los edificios son anoréxicos, tienes que ver que el lenguaje es esquizofrénico, que la “normalidad” es maniaca y que la medicina y los negocios son paranoicos.
El mundo entero está enfermo... y no se puede arreglar teniendo un buen diálogo terapéutico o hallando significados más profundos. Ya no se trata del significado, se trata de sobrevivir.
¿Adviertes la completa armonía entre dictadura centralizadora, fascismo, dureza política y el auto-centramiento del punto de vista espiritual?
En mi intimidad, temo al inconsciente cristiano porque, a diferencia del budismo o incluso el judaísmo, el cristianismo vive mitos deliberadamente, insistiendo en que no son mitos, y esto tiene terribles consecuencias paranoicas.
Creo que somos desgraciados en parte porque tenemos un solo dios, y es la economía.
La economía es esclavista. Nadie tiene tiempo libre, nadie dispone de ocio. La cultura íntegra está bajo una terrible presión y cargada de preocupaciones. Esta es la situación predominante en todo el mundo.
Tratamos a la gente del mismo modo que tratamos a nuestros coches. Llevamos el pobre chico al médico y preguntamos: ¿qué anda mal con él, cuanto costará y cuando podemos pasar a recogerlo?
La conducta psicopatológica es una conducta fundamentalista: toma las fantasías literalmente y también confunde lo literal y lo concreto. Esto es exactamente lo que apoyan las iglesias fundamentalistas; si tu brazo te ofende, córtatelo. Su tu nariz te ofende, enderézala.
Un terrorista es el producto de nuestra educación que dice que la fantasía no es real, que dice que la estética es sólo para los artistas, que dice que el alma es sólo para los sacerdotes, la imaginación es trivial o peligrosa y sólo para locos, y que la realidad a la que debemos adaptarnos es el mundo externo, un mundo que está muerto. Un terrorista es el resultado de todo este largo proceso de descartar la psique.
En estos días el horizonte de la psique se reduce a lo personal, y la nueva psicología del humanismo nutre a ese hombrecillo pagado de sí mismo al borde del gran mar, volviéndose sobre sí mismo para preguntarse cómo se siente hoy, llenando su cuestionario, contando su inventario personal. Ha abandonado el Intelecto y ha interpretado su imaginación a fin de ponerse de acuerdo con sus “experiencias viscerales” y “problemas emocionales”; ha igualado su alma a éstos. Su fantasía de redención se ha encogido a “modos de hacerse cargo”; su porfiada patología, esa vía regia a las profundidades del alma es conjurada en gritos Janovianos como el cerdo ante las margaritas, analizada en una cerrada Gestalt de intimidad personal, o arrojada a un abismo de regresiones durante la escalada de picos Maslovianos.
Forjamos vidas libres de riesgo, en las que no ocurre nada.
Todo prejuicio patológico bloquea la posibilidad de instrucción metafísica; una vez que las experiencias han sido etiquetadas y declaradas anormales, ya no podemos aprender de ellas o dejar que nos lleven más allá de la realidad inmediata.
El único modo en que nosotros los humanos podemos dejar de ser tan humano-céntricos es permanecer vinculado a algo distinto de los humanos.
El Yo moderno. La ecuación psique = mente, y mente = cabeza podría continuarse con el paso siguiente: cabeza = Yo, en el sentido moderno de órgano que controla y ordena. (...) Y este lenguaje refleja dicho contexto, una psique identificada con la cabeza y privada del eros, un "imperio" del duro, fuerte y materializado Yo. Todos nosotros aceptamos esta estructura colectiva tan irreflexivamente, tan irrevocablemente, que cada uno de nosotros cree que se trata de su propio, único y personal Yo.
Duelo significa perder lo que fue. Queremos cambiar pero no queremos perder. Sin tiempo para el duelo, no tenemos tiempo para el alma.
El concepto de que hay otras fuerzas en acción ofrece un modo más reverencial de vivir.
Así como las verdades son las ficciones de lo racional, las ficciones son las verdades de lo imaginal.
Para la conciencia mítica, las personas de la imaginación son reales.
Las aptitudes pueden mostrar la vocación, pero no son el único indicador. La ineptitud o las disfunciones, curiosamente, pueden revelar la vocación más aún que los talentos.
La conciencia psicológica surge de los errores, las coincidencias, la indefinición, del caos, más profundo que el control inteligente.
El alma ingresa sólo vía síntomas, vía fenómenos marginados como la imaginación de los artistas o la alquimia o los “primitivos” y, por supuesto, disfrazada como psicopatología. Eso es lo que quería decir Jung cuando afirmó que los Dioses se han vuelto enfermedades: el único camino de regreso para ellos, en un mundo cristiano, es vía lo marginado.
Tenemos que reconsiderar nuestra vida, prestando atención a algunos de los accidentes y curiosidades y rarezas y problemas y enfermedades, y comenzar a ver más en estas cosas. Eso plantea preguntas, de modo que cuando ocurren pequeños accidentes peculiares uno se pregunta si hay algo más operando en su vida.
Aunque sea difícil de creer, las hipocondrías nos cuidan, las depresiones nos hacen aminorar la marcha, las obsesiones son modos de limpiar la imagen, las sospechas paranoicas son modos de intentar ver a través -todos estos movimientos de lo patológico son modos en que somos amados, con ese peculiar modo en que opera la psique.
Lo que nos ocurre, más allá de naturaleza y de cultura, más allá de nuestro condicionamiento genético o social, puede ser la llamada del daimon, el compañero del alma, convocándonos a nuestro propio carácter y nuestro propio destino.
Las circunstancias, incluidos mi cuerpo y mis padres, a quienes puedo maldecir, son la elección de mi propia alma y no entiendo esto porque he olvidado.
Mediante las personificaciones mi sentido de persona deviene más vivo, pues llevo conmigo en todo momento la protección de mis daimones: las imágenes de los muertos que me importaban, de las figuras ancestrales mi bagaje, personajes históricos o culturales de renombre y gente de fábulas que proveen imágenes ejemplares - un caudal de guardianes. Guardan mi destino, lo guían, probablemente lo son. “Acaso -quién sabe-” escribe Jung, “estas imágenes eternas son lo que los hombres llaman destino”. Necesitamos esta ayuda, pues ¿quién puede llevar su destino solo?
El eros no desea el bienestar ni la salud de la otra persona; desea a la otra persona. Lo que cura es la necesidad que tenemos uno de otro -incluyendo aquellos componentes que son mutuamente destructivos-, y no tu necesidad de ser curado, que lo único que hace es apelar a mi compasión. La terapia es el amor mismo, en su totalidad, y no una parte determinada de él.
Si aún estás herido por algo que te ocurrió a los doce años, es el pensamiento lo que ahora te hiere.
No un diamante sino una esponja, no una llama privada sino una fluida participación. Una maraña compleja de filamentos cuyos enredos son también "tuyos" y "suyos". La naturaleza colectiva de las profundidades del alma significa simplemente que ningún hombre es una isla.
Mi práctica me dice que ya no puedo distinguir claramente entre neurosis de uno mismo y neurosis del mundo, psicopatología de uno y psicopatología del mundo. Además, me dice que ubicar la neurosis y la psicopatología solamente en la realidad personal es una represión engañosa de lo que de hecho, realistamente, se está experimentando.
El psicoanálisis tiene que salir de la consulta y analizar todo tipo de cosas. Tienes que ver que los edificios son anoréxicos, tienes que ver que el lenguaje es esquizofrénico, que la “normalidad” es maniaca y que la medicina y los negocios son paranoicos.
El mundo entero está enfermo... y no se puede arreglar teniendo un buen diálogo terapéutico o hallando significados más profundos. Ya no se trata del significado, se trata de sobrevivir.
¿Adviertes la completa armonía entre dictadura centralizadora, fascismo, dureza política y el auto-centramiento del punto de vista espiritual?
En mi intimidad, temo al inconsciente cristiano porque, a diferencia del budismo o incluso el judaísmo, el cristianismo vive mitos deliberadamente, insistiendo en que no son mitos, y esto tiene terribles consecuencias paranoicas.
Creo que somos desgraciados en parte porque tenemos un solo dios, y es la economía.
La economía es esclavista. Nadie tiene tiempo libre, nadie dispone de ocio. La cultura íntegra está bajo una terrible presión y cargada de preocupaciones. Esta es la situación predominante en todo el mundo.
Tratamos a la gente del mismo modo que tratamos a nuestros coches. Llevamos el pobre chico al médico y preguntamos: ¿qué anda mal con él, cuanto costará y cuando podemos pasar a recogerlo?
La conducta psicopatológica es una conducta fundamentalista: toma las fantasías literalmente y también confunde lo literal y lo concreto. Esto es exactamente lo que apoyan las iglesias fundamentalistas; si tu brazo te ofende, córtatelo. Su tu nariz te ofende, enderézala.
Un terrorista es el producto de nuestra educación que dice que la fantasía no es real, que dice que la estética es sólo para los artistas, que dice que el alma es sólo para los sacerdotes, la imaginación es trivial o peligrosa y sólo para locos, y que la realidad a la que debemos adaptarnos es el mundo externo, un mundo que está muerto. Un terrorista es el resultado de todo este largo proceso de descartar la psique.
En estos días el horizonte de la psique se reduce a lo personal, y la nueva psicología del humanismo nutre a ese hombrecillo pagado de sí mismo al borde del gran mar, volviéndose sobre sí mismo para preguntarse cómo se siente hoy, llenando su cuestionario, contando su inventario personal. Ha abandonado el Intelecto y ha interpretado su imaginación a fin de ponerse de acuerdo con sus “experiencias viscerales” y “problemas emocionales”; ha igualado su alma a éstos. Su fantasía de redención se ha encogido a “modos de hacerse cargo”; su porfiada patología, esa vía regia a las profundidades del alma es conjurada en gritos Janovianos como el cerdo ante las margaritas, analizada en una cerrada Gestalt de intimidad personal, o arrojada a un abismo de regresiones durante la escalada de picos Maslovianos.
Forjamos vidas libres de riesgo, en las que no ocurre nada.
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