La mayoría de ustedes tiene, probablemente, alguna clase de instructor,
alguna clase de gurú, de guía, ya sea en los Himalayas o a la vuelta de la esquina.
Ahora bien, ¿por qué lo necesitan? No lo necesitan, evidentemente, para
propósitos materiales, a menos que les prometa un buen empleo para pasado
mañana. Se presume, pues, que lo necesitan para fines psicológicos. ¿Por que? Lo
necesitan, fundamentalmente, porque dicen: "Estoy confundido, no sé cómo vivir
en este mundo, las cosas son demasiado contradictorias. Hay confusión, desdicha,
muerte, las cosas declinan, degeneran, se desintegran; y yo necesito que alguien
me aconseje qué debo hacer." ¿Acaso no es por eso que necesitan un gurú, que
acuden a un gurú? Es obvio que sí. Estando confundidos, necesitan un instructor que
los ayude a aclarar la confusión, o más bien, que los ayude a resolverla. Así pues, la
necesidad de ustedes es psicológica. No consideran a su primer ministro como su
gurú, porque aquél trata simplemente con la vida material de la sociedad. Recurren
a él para sus necesidades físicas, mientras que aquí acuden a un instructor para
llenar sus necesidades psicológicas.
Ahora bien, ¿qué entendemos por la palabra necesidad? Yo necesito la luz del
Sol, necesito alimento, ropa y un techo. ¿Necesito, de la misma manera, a un
instructor espiritual? Para responder a esa pregunta debo descubrir quién ha
creado esta terrible confusión en mí y alrededor de mí. Si soy responsable de la
confusión, soy la única persona que puede aclararla, lo cual significa que debo
comprenderme a mí mismo. Pero ustedes, por lo general, acuden a un instructor
para que los saque de la confusión o les muestre el modo de hacerlo, indicándoles
direcciones o diciéndoles cómo deben actuar para tal fin. O dicen: "Bueno, este
mundo es falso, debo encontrar la verdad." Y el gurú o el instructor afirma: "Yo he
encontrado la verdad"; de modo que acuden a él para compartir esa verdad.
¿Puede otro, por grande que sea, aclarar nuestra confusión? Esta confusión
existe, ciertamente, en nuestras relaciones; por lo tanto, debemos comprender
nuestra relación con otro, con la sociedad, con la propiedad, con las ideas, etc.
¿Puede alguien darnos esa comprensión? Lo que puede es señalar, mostrar, pero es
uno mismo el que debe comprender su relación, el que debe comprender dónde se
encuentra.
¿Les interesa esto? Mi dificultad radica en sentir que esto no les interesa, porque
están aguardando que algún otro haga algo. Cuando formulan una pregunta,
¿perciben la importancia de escuchar la respuesta? ¿Acaso la vida no es importante
para ustedes, no es algo vital, creativo, que debe ser comprendido? Ustedes
escuchan para sentirse confirmados en su búsqueda de gurús o para fortalecer su
propia convicción de que los gurús son esenciales. De esa manera no encontrarán la
verdad al respecto. Podrán encontrar esa verdad descubriendo, en el propio corazón,
por qué necesitan un gurú.
Hay muchas cosas implicadas en esta cuestión. Muchos parecen pensar que
la verdad es estática y que, por lo tanto, un gurú puede conducirlos a ella. Del
mismo modo que alguien puede dirigirlos hacia la estación del tren, así piensan
ustedes que un gurú puede dirigirlos hacia la verdad. Eso implica que la verdad
es estática, pero ¿lo es? Les gustaría que lo fuera, porque lo estático es muy
satisfactorio; al menos, uno sabe lo que es y puede aferrarse a ello.
De modo que lo que ustedes buscan es, en realidad, satisfacción. Desean
seguridad, desean la garantía de un gurú, que éste les diga: "Lo estás haciendo
muy bien, continúa"; quieren que les brinde confortación mental, una palmadita
emocional en la espalda. Así pues, acuden a un gurú. Y éste lo que en realidad hace
invariablemente es gratificarlos. ¡Por eso hay tantos gurús! ¡Y tantos discípulos!
Significa que ustedes no buscan realmente la verdad; anhelan satisfacción, y a la
persona que les brinda la satisfacción mayor la llaman su gurú. Esa satisfacción
puede ser o bien neurológica, es decir, física, o psicológica; y piensan que en
presencia de su gurú sienten una gran paz, una gran quietud, la sensación de que
son comprendidos. En otras palabras, ¡lo que desean es un padre o una madre
glorificados que los ayuden a superar la dificultad!
¿Se han sentado alguna vez quietamente bajo un árbol? Allí también
encontrarán una gran paz. ¡También sentirían que se los comprende! Dicho de otro
modo, en presencia de una persona muy quieta, uno también se aquieta; y esta
quietud la atribuyen ustedes al instructor. Entonces a él lo rodean con una
guirnalda, y al sirviente de ustedes lo patean. De modo que cuando dicen que
necesitan un gurú, en ello están implicadas seguramente todas estas cosas, ¿no es
así? Y el gurú que les asegura un escape, ese gurú es el que se convierte para
ustedes en su necesidad.
Ahora bien, la confusión existe solamente en las relaciones; ¿por qué necesitamos
que algún otro nos ayude a comprender esta confusión? Ustedes podrán decir ahora:
"¿Qué es lo que usted está haciendo? ¿Acaso no actúa como nuestro gurú?" Por
cierto, no actúo como el gurú de ustedes porque, en primer lugar, no les estoy
ofreciendo ninguna gratificación, no les digo lo que deben hacer de instante en
instante o de día en día. Sólo les señalo algo; pueden tomarlo o dejarlo. Depende
de ustedes, no de mí. No les exijo nada, no me importan ni su reverencia ni sus
halagos ni sus insultos. Digo que esto es así, tómenlo o déjenlo. Pero la mayoría
de ustedes lo dejará, por la obvia razón de que no encontrará en ello gratificación
alguna. No obstante, el hombre que es realmente sincero, serio en su intención de
descubrir, encontrará suficiente materia de reflexión en lo que se está diciendo: que
la confusión existe sólo en nuestras relaciones. Debemos, pues, comprender esas
relaciones.
Comprenderlas es estar atento a ellas, no evitarlas, sino ver todo el contenido
de la relación. La verdad no se encuentra a lo lejos, la verdad está cerca; se
encuentra bajo cada hoja, en cada sonrisa, en cada lágrima, en las palabras, en
los sentimientos y pensamientos que uno tiene. Pero está tan cubierta que
debemos ponerla al descubierto para verla. Ponerla al descubierto es descubrir lo
falso; en el momento en que sabemos lo que es falso y cuando eso desaparece, la
verdad está ahí.
La verdad es, entonces, una cosa viviente de instante en instante; debe ser
descubierta, no es para que se crea en ella ni se la cite ni se la formule. Para ver
esa verdad, nuestra mente y nuestro corazón deben estar muy alerta y ser
extremadamente flexibles. Pero muy pocos de nosotros, desafortunadamente,
deseamos una mente alerta, rápida y flexible; lo que deseamos es adormecernos
mediante mantras y rituales. ¡Nos adormecemos de tantas maneras! Obviamente,
necesitamos cierto entorno, cierta atmósfera, cierta soledad; no la persecución o la
evitación del aislamiento egoísta, sino cierta soledad creativa, en la cual hay plenitud
de atención. Y esa soledad creativa, esa atención completa, existe sólo cuando uno
está en un aprieto, cuando sus problemas son realmente intensos. Y si uno tiene
un amigo, si tiene a alguien que puede ayudarlo, acude a él; pero tratarlo como
el gurú de uno es, por cierto, inmaduro e infantil. Es como buscar amparo en las
faldas de nuestra madre.
Cuando estamos en alguna dificultad, todo nuestro instinto nos empuja a
recurrir a alguien, a la madre, al padre, a un padre glorificado al que llamamos
maestro o gurú. Pero si el gurú vale como tal, nos dirá que debemos comprendernos
a nosotros mismos en la acción, la cual es relación. Por cierto, ustedes son mucho
más importantes que el gurú, son mucho más importantes que yo, porque se trata
de la vida de ustedes, de sus desdichas, sus conflictos, sus luchas. El gurú, o yo, o
algún otro, puede que sea un ser humano libre, pero ¿qué valor tiene eso para
ustedes? La veneración que profesamos al gurú es perjudicial para la comprensión de
nosotros mismos. Y en esto hay un factor peculiar. Cuanto más respeto mostramos
hacia una persona determinada, tanto menos respeto mostramos hacia los demás.
Ustedes saludan profundamente a su gurú y patean a su subordinado. Por
consiguiente, ese respeto muy poco significa. Éstos son todos hechos. Sé que a
muchos probablemente no les gusta lo que se ha dicho, porque la mente de ustedes
desea consuelo, ha sido muy golpeada. Está atrapada en tanta angustia, en tanto
infortunio, que dice: "Por el amor de Dios, déme alguna esperanza, algún amparo."
Sólo la mente en estado de desesperación puede encontrar la realidad. Una
mente por completo descontenta es capaz de penetrar en la realidad; no así una
mente satisfecha, respetable, cercada por creencias.
De modo que sólo florecemos en la relación; florecemos en el amor, no en la
contienda. Pero nuestros corazones están marchitos, los hemos llenado con las
cosas de la mente; por eso recurrimos a otros para que llenen nuestras mentes con
sus creaciones. Dado que carecemos de amor, tratamos de hallarlo con el
instructor, con algún otro. El amor no es una cosa que pueda "encontrarse". Uno
no puede comprarlo, no puede inmolarse para obtenerlo. El amor surge a la
existencia sólo cuando el "yo" está ausente. Y en tanto estemos buscando
gratificación, escapes, rehusando comprender nuestra confusión en las relaciones,
no haremos sino acentuar el "yo" y, por ende, negaremos el amor.
¿Están siendo hipnotizados por mi voz y mis palabras? Seguramente, lo que he
dicho debe ser muy perturbador para ustedes, ¿no es así? Si no los perturba, algo
anda mal. Porque uno está atacando toda la estructura de su proceso del pensar, de
sus cómodos comportamientos, y esa perturbación debe ser muy agotadora. Seamos
muy claros acerca de lo que estamos intentando hacer ustedes y yo.
Probablemente, casi todos dirán: "Yo conozco todo esto; Shankara, Buda, algún otro
lo ha dicho." Esta afirmación indica que, habiendo leído superficialmente tanto, uno
relega lo que se está diciendo a uno de los compartimientos de su mente y, con eso,
lo descarta. Es un modo conveniente de desembarazarse de lo que han oído, lo
cual implica que están escuchando meramente en el nivel verbal, sin captar la
plenitud del contenido, porque eso crearía una perturbación..
No podemos tener paz sin una intensa exploración; y lo que ustedes y yo
hacemos es explorar nuestras mentes y nuestros corazones, a fin de descubrir lo
que es verdadero y lo que es falso. Y explorar es emplear energía, vitalidad;
¡debería ser físicamente tan agotador como excavar! Pero, desafortunadamente,
muchos se han habituado a escuchar; muchos son tan sólo espectadores que
disfrutan, observan lo que otro está actuando; en consecuencia, no están cansados.
Los espectadores nunca están cansados, ¡lo cual demuestra que no participan en
el juego! Ni ustedes son el espectador, ni yo soy el que actúa para ustedes.
No están aquí para escuchar una canción. Lo que ustedes y yo estamos
tratando de hacer es encontrar una canción en nuestros corazones; no estamos para
escuchar la canción de otro. Muchas personas están habituadas a escuchar la
canción de otro; por eso sus corazones están vacíos, y estarán siempre vacíos
porque los llenan con la canción de otro. Esa canción no es de ustedes; entonces
son meros gramófonos y cambian el disco de acuerdo con el humor del momento; no
son los músicos. Y, especialmente en tiempos de grandes afanes e infortunios, cada
uno de nosotros tiene que ser el músico; debemos deleitarnos con la canción, lo
cual implica liberar, vaciar el corazón de las cosas con que lo ha llenado la mente.
Tenemos, pues, que comprender las creaciones de la mente y ver la falsedad de
tales creaciones. Entonces no llenaremos con ellas nuestro corazón. Entonces,
cuando el corazón esta vacío —no lleno de cenizas— y la mente está quieta, hay
una canción, la cual no puede ser destruida ni pervertida, porque no ha sido
generada por la mente.
INTERLOCUTOR: Usted dice que los gurús son innecesarios, pero ¿cómo puede uno
encontrar la verdad sin la sabia ayuda y guía que sólo un gurú puede ofrecer?
Krishnamurti: La pregunta es si un gurú resulta necesario o no. ¿Puede uno
encontrar la verdad por medio de otra persona? Algunos dicen que sí y algunos dicen
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que no. Nosotros queremos saber la verdad al respecto, no mi opinión opuesta a la
opinión de otro. Yo no tengo opinión alguna en esta cuestión. Si es esencial o no que
ustedes tengan un gurú, no es un asunto de opinión, por profunda, erudita, popular o
universal que sea. La verdad al respecto ha de ser encontrada de hecho por uno
mismo.
Ante todo, ¿por qué necesitaríamos un gurú? Decimos que lo necesitamos, porque
estamos confundidos y el gurú es beneficioso. Él nos indicará qué es la verdad, nos
ayudará a comprender, él sabe de la vida mucho más que nosotros, actuará
como un padre, como un maestro para instruirnos en el vivir. Él posee una vasta
experiencia y nosotros muy poca; él, gracias a su experiencia mayor, nos ayudará, y
así sucesivamente. Es decir, ustedes acuden a un instructor fundamentalmente porque
están confundidos. Si tuvieran claridad, no se acercarían a ninguno de ellos. Es obvio,
si fueran profundamente felices, si no hubiera problemas, si comprendieran
plenamente la vida, no acudirían a ningún gurú. Espero que vean lo que esto significa.
A causa de que están ustedes confundidos, buscan un instructor. Acuden a él para
que les dé un sistema de vida, para que les aclare la confusión que experimentan,
para encontrar la verdad. Escogen a su gurú porque están confundidos y esperan
que él les dará lo que piden. O sea, escogen a alguien que habrá de satisfacer lo
que ustedes necesitan; lo escogen conforme a la satisfacción que les brindará, y la
elección que hacen depende de la satisfacción a obtener. No escogen a un gurú que
les dice que dependen de sí mismos. Lo escogen según los prejuicios de ustedes.
Por lo tanto, puesto que escogen a su gurú conforme a la satisfacción que le
ofrece, no están ustedes buscando la verdad sino un modo de salir de la confusión; y
a esa salida para la confusión en que se encuentran la llaman equivocadamente
"verdad".
Examinemos primero esta idea de que un gurú puede aclarar nuestra confusión.
¿Puede algún otro aclarar nuestra confusión, que es el producto de nuestras
reacciones, de nuestras respuestas internas? Nosotros la hemos creado. ¿Piensa
usted que algún otro ha creado esta desdicha, esta batalla en todos los niveles de la
existencia, internos y externos? Todo eso es el resultado de nuestra falta de
conocimiento propio. Debido a que no nos comprendemos a nosotros mismos, con
nuestros conflictos, nuestras reacciones, nuestras desdichas, acudimos a un gurú
que, según suponemos, nos ayudará a librarnos de esa confusión. Sólo en la relación
con el presente podemos comprendernos a nosotros mismos; y esa relación misma
es el gurú; no es alguien de afuera. Si no comprendo esa relación, cualquier cosa
que un gurú pueda decir es inútil, porque si no comprendo mi relación con la
propiedad, con las personas, las ideas, ¿cómo puedo resolver el conflicto dentro
de mí? Para resolver ese conflicto, yo mismo debo comprenderlo, lo cual implica
que debo estar atento a mí mismo en la relación. Para estar atento, no se necesita
ningún gurú. Si no me conozco a mí mismo, ¿de qué me sirve un gurú? Tal como
escogen a un dirigente político aquellos que se debaten en la confusión —y, por lo
tanto, es también confuso lo que escogen—, así escojo a un gurú. Puedo escogerlo
sólo de acuerdo con mi confusión. En consecuencia, él, al igual que el dirigente
político, está confundido.
Lo que importa, pues, no es quién está en lo cierto, si estoy en lo cierto yo o
aquellos que dicen que un gurú es necesario, sino averiguar por qué necesitan
ustedes un gurú. Los gurús existen para explotaciones de distintas clases, pero
eso no viene al caso. A ustedes les causa satisfacción que alguien les diga cómo
están progresando. Pero la clave está en descubrir por qué necesitan un gurú. Otra
persona puede señalarles el camino, pero son ustedes los que deben hacer todo el
trabajo, aunque tengan un gurú. Debido a que no quieren afrontar eso,
transfieren la responsabilidad al gurú. El gurú se vuelve inútil cuando hay una
pizca de conocimiento propio. Ningún gurú, ningún libro, ninguna Escritura,
pueden darnos el conocimiento de nosotros mismos; éste surge cuando uno está
atento a sí mismo en la relación. Ser es estar relacionado. No comprender la
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relación es sufrimiento, conflicto.
Una de las causas de confusión es no estar conscientes de nuestra relación con la
propiedad. Si uno no conoce su relación correcta con la propiedad, por fuerza tiene
que haber conflicto, el cual incrementa el conflicto que impera en la sociedad. Si
usted no comprende la relación entre usted mismo y su esposa, entre usted y su
hijo, ¿cómo puede otra persona resolver el conflicto que surge de esa relación? Lo
mismo ocurre con las ideas, las creencias y demás. Al estar confuso en su relación
con la gente, con la propiedad y las ideas, va usted en busca de un gurú. Si él es un
verdadero gurú, le dirá que se comprenda a sí mismo. Uno mismo es el origen de
todo desacuerdo, de toda confusión; y ese conflicto puede resolverse
únicamente cuando uno se comprende a sí mismo en la relación.
Usted no puede encontrar la verdad por intermedio de ninguna otra persona.
¿Cómo podría? Por cierto, la verdad no es algo estático, no tiene morada fija; no
es un propósito, una meta. Por el contrario, es algo viviente, dinámico, alerta,
activo. ¿Cómo puede ser un propósito? Si la verdad es un punto fijo, ya no es más
la verdad; es tan sólo una opinión. La verdad es lo desconocido, y una mente que
anda en busca de la verdad jamás la encontrará. Porque la mente está
compuesta de lo conocido, es producto del pasado, la consecuencia del
tiempo; esto puede usted observarlo en sí mismo.
La mente es el instrumento de lo conocido; de aquí que no pueda encontrar
lo desconocido. Sólo puede moverse de lo conocido a lo conocido. Cuando la
mente busca la verdad, la verdad acerca de la cual ha leído en los libros, esa
"verdad" es autoproyectada, porque entonces la mente se limita a perseguir lo
conocido, lo conocido nuevo que ella supone más satisfactorio que lo conocido
anterior. Cuando la mente busca la verdad, está buscando su propia
proyección, no la verdad. Al fin y al cabo, un ideal es algo autoproyectado; es
ficticio, irreal. Lo real es "lo que es", no lo opuesto. Pero una mente que anda en
busca de la realidad, en busca de Dios, está buscando lo conocido. Cuando usted
piensa en Dios, su Dios es la proyección de su propio pensamiento, el resultado de
las influencias sociales. Uno puede pensar tan sólo en lo conocido; no puede
pensar en lo desconocido, no puede concentrarse en la verdad. En el momento
en que piensa en lo desconocido, eso es tan sólo lo conocido que se proyecta a sí
mismo. Por consiguiente, no es posible pensar en Dios o en la verdad. Si
pensamos en la verdad, eso no es la verdad. No podemos buscar la verdad; ella
llega a nosotros. Sólo podemos perseguir lo conocido. Cuando la mente no está
torturada por lo conocido, por los efectos de lo conocido, únicamente entonces
puede revelarse la verdad. La verdad sé encuentra en cada hoja, en cada lágrima; la
verdad es para conocerse de instante en instante. Nadie puede conducirlo hacia la
verdad; y si alguien lo conduce, sólo puede hacerlo hacia lo conocido.
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