OCÉANO SÓLIDO
Océano, qué hermoso juguete serías, podrías serlo si tan sólo tu superfície fuera capaz de sostener a un hombre, apariencia sorprendente que a menudo adoptas, esa apariencia de película firme.
Caminaríamos sobre ti. Los días de tormenta, bajaríamos a un ritmo frenético tus vertiginosas pendientes.
Iríamos en trineo o a pie.
Sentiría ondulaciones aquél que se aventurara solo, solo en una gran ola del Atlántico, solo con una cabra o con un asno y una bolsa de galletas a cada lado de la silla o como en los tiempos antiguos en caravana, en numerosa caravana.
De pronto, una tempestad. En poco tiempo la tempestad pone de rodillas a todos los asnos que tienen las patas quebradas y luego los apoya sobre el costado de las olas, acostados como jamones. (También, la cacería de la serpiente marina que arranca a los pedos...)
Fuera de eso, !qué desierto, qué jadeante desierto!
Vasto horizonte de pronto abierto al patinaje sobre ruedas. Pero desgraciado aquél que en la inmensidad pierda una rueda, ésta rápidamente se aleja, una ola la apresa, otra la recoge y te hace correr tras ella, escondida sucesivamente a tu mirada, y tú mismo rodando con tan sólo tres rueditas.
Desdichado el que rompa una de sus rueditas en la tempestad, sobre el mar Caribe. Malogra su carrera en lo alto de una ola, es echado a un lado, cae con los brazos colgando en un pozo, pero la energía de la esperanza-a-pesar-de-todo salva sus miembros. !Ah, un minuto de descanso! !Si tan sólo tuviera tiempo para ajustar su ruedita de repuesto! Pero las olas sordas como tapias, las olas sordas como emperadores, las olas sordas como montañas lo agarran tal como está, lo agarran con sus tres rueditas y los restos de la otra, lo agarran desde arriba y riéndos, y lo levantan, y se lo pasan entre ellas, y se divierten mucho.
En cuanto a él: como un ciclista en un barranco. Pero el barranco se hace montaña, lo expulsa, lo rechaza en su base, luego la base se hace montaña, lo iza, lo tira fuera de borda, y la montaña vuelve a hacerse barranco, barranco-montaña, montaña-barranco, tic-tac...
Bajo el suéter que le queda muy bien, las costillas están rotas, siente como si en la espalda le hubieran pegado con tablas. La sangre surge en la boca cuando trata de decir que es grave y que hay que llamar al médico.
Pero, ¿qué médicos han sido asignados al mar Caribe?
Y el herido silba con un gran silbato de auxilio, lanza la bengala de auxilio.
Pero nada, observa su no hay una luz, en alguna parte, nada.
Un ser en alguna parte...nada. Un espía en alguna parte, nada.
Las montañas-barrancos, las montañas-barrancos, las montañas-barrancos. Desearía escribir unas palabras y una dirección. Pero está demasiado agitado. Unos instantes más, y exhala el últino suspiro,
!Ambulancia, ambulancia!
Ambulancias y enfermeras que llegan demasiado tarde con su perfecta pulcritud...Ahí está el joven, "tal cual es".
No, el mar Caribe no es agradable, como el mar Cantábrico, ambos son malignos y tormentosos.
"Peregrinemos, hijos míos."
"Peregrinemos hacia el mar Caribe que sacudió mi hijo hasta la muerte."
Y allí van. Aunque preguntan:
"...¿Es cierto que jugaron con nuestro hermano hasta matarlo?"
Y así hablaban, mientras el mar se había vuelto suave como una leve brisa.
EL CIELO DEL ESPERMATOZOIDE
El espermatozoide del hombre se parece de manera extraña al hombre, a su cáracter, quiero decir. El físico del óvulo de la mujer se parece sorprendentemente al carácter de la mujer. El uno y el otro son muy pequeños. El espermatozoide es muy, muy pequeño y verdaderamente embargado por una idea fija. El óvulo expresa a la vez el tedio y la armonía. Su apariencia es casi la de una esfera. No todos los espermatozoides son como los del hombre, ni mucho menos. El del cangrejo, y más aún el del cangrejo de río, se asemeja a la corola de una flor. Sus brazos flexibles, radiados no parecen andar buscando una hembra, sino el cielo. No obstante, dada la reproducción regular de los cangrejos, suponemos que no sucede así. De hecho, nada sabemos del cielo del cangrejo, aunque mucha gente haya llegado a atrapar a los cangrejos por sus patas para observarlos. Sabemos menos aún del cielo del espermatozoide del cangrejo.
....
El bebé estaba acostado en una cama grande. En la otra punta, la madre exangüe, extenuada. Un gato había saltado sobre la cama y puso vacilante la pata sobre la cara de la criatura. Luego, rápido, dio tres pequeños zarpazos en la nariz roja y poco prominente que en seguida sangró, una sangre roja y mucho más grave que la nariz.
En la otra punta de la cama, bajo las gruesas frazadas, con la cabeza apresada en la envoltura del cansancio, la madre no sabe cómo intervenir. Ya adquiere el frío. el peso, el bruñido del mármol.
Sin embargo, al agitarse el bebé acaba de abrir su pañal bajo la mirada atenta del gato.
¿Cómo podrá ella intervenir. estando paralizada? El gato ciertamente aprovecho la situación, que debió durar bastante, pues al gato le gusta meditar. No sé exactamente lo que hizo, pero recuerdo que cuando estaba ocupado dándole raudos y alegres arañazos a la mejilla del niño, recuerdo que la madre a falta de poder gritar, dijo con un suspiro desesperado y tenso "inffame gato" (acentuando la f para tener más fuerza), sopló luego en dirección al gato lo más que pudo, y se detuvo horrorizada al comprender, tras perder el aliento, que acababa de gastar su última arma, Pero el gato no se arrojó sobre ella. No sé lo que hizo después.
EL VIENTO
El viento intenta separar las olas del mar. Pero las olas pertenecen al mar, ¿acaso no es obvio?, y al viento le toca soplar... no, no tiene que soplar, incluso convertido en tempestad o borrasca. Ciegamente tiende, como un loco o un maníaco, hacia un sitio de perfecta calma, de bonanza, donde al fin estará tranquilo, tranquilo...
¡Cuán indiferentes le resultan las olas del mar! Que estén en el mar o en un campanario, en una rueda dentada o en la hoja de un cuchillo, le importa poco. Va hacia un sitio de quietud y de paz donde al fin deja de ser viento.
Pero su pesadilla dura desde hace ya mucho tiempo.
ETAPAS
Antes tenía mi desgracia. Los dioses malignos me la quitaron. Pero entonces dijeron: “En compensación, vamos a darle algo. ¡Sí, sí! Es absolutamente preciso que le demos algo.”
Y al principio, yo no vi más que ese algo y estaba casi contento. Sin embargo me habían quitado mi desgracia.
Y como si eso no bastara me dieron un balancín. Y yo, que había dado tantos pasos en falso, me puse contento; en mi inocencia, me puse contento. El balancín era cómodo, pero saltar se volvió imposible.
Y como si esto no bastara, me quitaron mi martillo y mis herramientas. El martillo fue reemplazado por otro más liviano, y éste a su vez por otro más liviano todavía, y así sucesivamente, y mis herramientas desaparecieron una tras otra, incluso los clavos. Cuando pienso en la manera en que lo hicieron, todavía hoy me quedo boquiabierto.
Luego me quitaron mis trapos, mis botellas rotas, todos los residuos.
Entonces, como si eso no bastara, me quitaron mi águila. El águila tenía la costumbre de posarse sobre un viejo árbol seco. Y lo arrancaron para plantar árboles verdes y vigorosos. El águila no regresó.
Y se llevaron además mis chispazos.
Me arrancaron las uñas y los dientes.
Me dieron un huevo para empollar.
MI REINO PERDIDO
Antes tenía un reino tan grande que casi daba la vuelta completa a la Tierra.
Me molestaba. Quise reducirlo.
Lo logré.
Ahora no es más que una parcela de Tierra, una diminuta parcela sobre la cabeza de alfiler.
Cuando la veo, me rasco con ella.
Y antes era una aglomeración de países formidables, un Reino soberbio.
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